José García Martín -Pillimpo- (Esculturas)

Fuente: Rostros de un paisaje (Miguel Hernández)José García Martín

Por María José Tabar
Periodista

Espiada desde las gafas de un turista inglés, la casa de Pillimpo parece el museo del surrealismo isleño. No lo es. Las esculturas larguiruchas, que brillan como merengue recién hecho, no se venden. Tampoco un Shrek de juguete que hace las veces de José de Arimatea en un portal de belén colocado en una peana del jardín. A Benedicto XVI se le caería el solideo del susto, a no ser que el propio Pillimpo le explicara el por­ qué de la obra de arte. «Me hacen compañía», dice. Prefiere los pastores de yeso que a las personas. Le dicen Pillimpo desde el día que robó un tomate. A un amigo, además.

Dice haber trabajado el campo durante toda su vida y ahora, retirado, se dedica a rezar al Sagrado Corazón de Jesús. De vez en cuando, sale con una scooter a dar una vuelta por la Villa, con su Amiga de paquete. Ella, su Amiga, es una Barbie de plástico, tamaño natural. Él la pasea con bríos de enamorado dirigiendo la cornamenta de la moto con una mano porque la otra la emplea en arrancar unas notas al saxo que le cuelga del cuello. «Aquí no hay cultura, ni bohemia, ni nada», rezonga. Añora el Teguise de los borrachines callejeros y de mecenas como las hermanas Spínola. Ligeramente descontento con la sociedad contemporánea, vive al socaire de su fe. Sus compañeros de piso no dicen aparentemente nada. Se les ve contentos, instalados en uno de los huertos más extravagantes de Lanzarote.
Claro que para extravagancia, piensa Pillimpo, la de quien le toma en serio.

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