Fuente: Arquitectura de Lanzarote en el S. XVII
Por Manuel Lobo Cabrera y Pedro Quintana Andrés
Situado en la zona sur de la villa de Teguise, se encuentra aún hoy el recinto del que fue el noveno convento de la orden seráfica creado en Canarias. Dicho cenobio había sido mandado a construir por Sancho de Herrera, señor de la Isla, quien en su testamento, otorgado en 1534, había dispuesto que se hiciese un monasterio de la orden de San Francisco en su huerta de Famara, dejando para ello 500 ducados de oro, con la obligación de que allí fuesen trasladados sus restos (89). Sin embargo esta manda pía estuvo sin cumplirse largos años, pues ni sus herederos ni sus albaceas se preocuparon de ejecutarla.
Sin embargo, en 1588 Gonzalo Argote de Molina, yerno de don Agustín de Herrera y Rojas, en acción de gracias, por haberse liberado la Isla de los piratas africanos, y por haber coincidido aquel año con la canonización de San Diego de Alcalá, apóstol de Fuerteventura, tomó a su cargo cumplir la manda de Sancho de Herrera.
No obstante, considerando que la zona de Famara era un lugar despoblado, infestado de corsarios y junto a la marina, sin defensa alguna, determinó de acuerdo con la orden seráfica, impetrar un breve pontificio para que se edificase en la villa de Teguise. De acuerdo con esto el padre fray Bartolomé de Casanova, provincial de la orden de Canarias, envió a Lanzarote a fray Juan de San Francisco por fundador y vicario del monasterio. Se comenzó la obra en 1588, y en 25 de enero de 1590 otorgó Argote una curiosa escritura, muy de su estilo, por donde cumpliendo las intenciones del testador, imponía otras condiciones. Primero impone que el convento se fabrique en Teguise, en el valle de Miraflores, y que la ad vocación del mismo sea de Nuestra Señora de Miraflores. Asimismo se obliga a hacer a su costa la capilla mayor de la iglesia del convento, de treinta pies de cuadrado, según estaba señalada, en lo tocante a albañilería en un plazo de tres meses, y además abrir la capilla de madera tosca y hacerla después de madera pulida en un plazo de un año. También haría el altar mayor y la bóveda de la capilla, y a los lados seis sepulcros de piedra de obra, encajados en la pared de la capilla, en seis arcos, donde se debían depositar los cuerpos de los señores de la casa del fundador. Para cada uno de estos sepulcros ideó una lauda sepulcral con sus respectivas leyendas. Del mismo modo se comprometía a hacer a su costa el retablo, con las imágenes y reliquias del mismo. Imponía también que en la portada del convento se pusiese un escudo de piedra con las armas de Sancho de Herrera, como fundador del mismo (90).
En la década de los 90 ya la obra debía ir a un buen ritmo, pues en diferentes referencias se le cita, así el ingeniero L. Torriani en su descripción nos dice que la Villa tenía dos iglesias: la parroquial y San Francisco (91), y en 1596 se señala que el cenobio se comenzaba a edificar y que tenía ya una huerta bien cultivada (92). Del testamento del marqués de Lanzarote se colige que la iglesia del convento debía estar terminada puesto que manda depositar allí su cuerpo, hasta tanto se concluyera la capilla de la iglesia mayor de la Villa (93).
Este convento finalmente levantado a fines del siglo XVI, después de haber esperado su fabricación cerca de sesenta años, fue igualmente pasto de las llamas en 1618, cuando los argelinos invadieron Lanzarote. Tal como sucedió con la iglesia parroquial la reconstrucción no se hizo esperar, y los señores de la Isla, los vecinos y el cabildo se aprestaron a ello. Hasta 1656 no se tienen noticias documentales de cómo se llevó a cabo la reedificación, pero ya en esta fecha el convento debía estar ya en condiciones de habitabilidad y de celebrar actos religiosos, pues en una escritura de la citada fecha se habla ya del claustro del cenobio y de su cubierta que se imitaría en algunos aspectos en la iglesia parroquial (94).
A comienzos de 1658 se seguían, no obstante, haciendo algunas pequeñas obras de reparación y de mejora por parte del oficial de cantero y pedrero Gaspar de Cubas. Así se le encargaba ejecutar por parte del padre guardián y del síndico del convento, que era el capitán Luis Rodríguez Fleitas, quien a su vez era mayordomo de fábrica de la parroquial, una escalera de ocho palmos, para subir a la parte donde se encontraban los dormitorios de los frailes, con dos arcos de cantería, uno al inicio del arranque de los escalones y otro al final, a la vez que se operaba un cambio de la puerta de la portería (95)
En ese mismo año, 1658, una nueva desgracia se cernía sobre los muros del convento, y así se recoge en un acta del cabildo de 26 de agosto de 1658
«Su merced dicho alcalde mayor propuso a este cabildo el lamentable caso que ha sucedido en esta isla de la quema del convento seráfico de San Francisco, cosa que ha causado tanto desconsuelo a los habitadores de esta isla, así por la grande pérdida de él como a tantos sacrificios, misas y bien de las almas de tantos fieles como están enterrados en dicho convento, y de los que viven, cuyos daños son enderezados a los vecinos de esta isla, y que con todo cuidado y diligencia conviene poner el remedio en cosa tan grave, para lo cual se acuerda el domingo que viene primero de septiembre se haga una procesión general con el santísimo sacramento, para que se pida a su divina majestad que se apiade y tenga misericordia de todos los vecinos».
Se solicitaba que aquel mismo día se pidiese limosna entre los vecinos para iniciar la reedificación del convento y sus ornamentos. Para todos estos actos se solicitaba hacer junta en la iglesia parroquial con los eclesiásticos de la Villa y aquellas otras personas que fuesen útiles para el fin que se perseguía. En efecto, aquella misma tarde se celebró cabildo con asistencia del clero residente en Teguise, del cura de Haría y de los frailes franciscanos, además de otras personas representativas de aquella sociedad, con el objeto de organizar la cuestación, y de entregar la limosna al capitán Rodríguez Fleitas (96).
La reconstrucción no se dejó esperar, empezando por el acopio de material, así dos días más tarde, un maestro carpintero era contratado por un personaje, del que ya hemos dado cuenta y al que Teguise le debe su diligencia y la hermosura de sus edificios; nos referimos de nuevo al capitán Luis Rodríguez Fleitas, persona encargada por el cabildo y junta de vecinos para la reedificación del cenobio. El carpintero se comprometía a cortar en Gran Canaria 300 vigas de madera de laurisilva, de distintas medidas, que se obligaba a entregar en el plazo de un mes y medio (97), para cubrir la capilla mayor y el cuerpo de la iglesia. En septiembre de aquel año, los propietarios de la capilla de San Pedro hacen lo propio, cubriendo dicha capilla con madera (98).
Con el incendio no sólo se quemaron el convento y la iglesia con sus capillas, sino también las imágenes, entre ellas una de Nuestra Señora de la Concepción en la capilla del mismo nombre, una de las primeras que se había levantado en su interior, que se aprestó a restituir, por ser de su propiedad. La misma, una imagen de bulto, había sido donación de doña Leonor de Fraga, viuda del capitán Bartolomé del Hoyo, vecina de Garachico, quien se la entrega con todos sus vestidos, con la obligación de decirle una misa anual por ella. El propietario no sólo repuso la imagen sino que también reparó el altar y la capilla (99).
En 1676, aún quedaban algunas capillas por concluir, razón quizá por la cual el síndico del convento, que en la citada fecha era el capitán y sargento mayor Francisco Sanz, de acuerdo con los frailes, ceden la capilla de Nuestra Señora de la Soledad a la Hermandad Tercera, para que la reedificasen y conservasen, y a la vez pudieran ensancharla y hacer detrás de ella una sala que les sirviese de lugar de reunión y de entierro para los hermanos de la cofradía (100). La hermandad de la orden Tercera, estaba bastante vinculada a la orden seráfica desde hacía siglos, y en Canarias, en los distintos conventos franciscanos, existía la misma con capilla propia. En Lanzarote la citada cofradía se constituyó en agosto de 1676, razón por la cual solicitan a la orden lugar para sus reuniones y entierros (101). Años después, en 1688, los hermanos de la Hermandad, se ajustan con el síndico del convento, que seguía siendo el mismo Francisco Sanz, para que éste les diera la capilla colateral, a la parte de la Epístola, hecha de piedra y cal, con su arco y cubierta de madera limpia de tea, con su teja, y enladrillada, con altar y puerta, conforme a la obra del convento, por precio de 4.000 reales que le pagarían además de otras obligaciones.
Dicha capilla había sido fundada por Antonio Bayón y Melchora de Samarín, que además también poseyeron el patronato de la capilla de San Pedro Apóstol, sita también en el convento, la cual era contigua a la anterior (102). En efecto, en 1688 la capilla de San Pedro seguía estando en posesión del linaje de Bayón, pues sus herederos, a petición del síndico del convento, convienen en reedificarla visto el estado en que se encontraba, de ahí que se ajusten con el síndico para hacerla de piedra y cal con sus arcos. La misma era inmediata a la colateral, por lo cual se comprometen a cubrirla de madera limpia de tea, labrada igual a las capillas colaterales y demás obras del convento, además de enladrillarla (103). Similar postura toman los herederos de Simón de Braga y María de Sosa, fundadores y patronos de la capilla de Nuestra Señora de la Concepción, pero en este caso renunciaban a su reedificación por no tener medios para ello, por lo cual hacen dejación a favor del convento (104).
En 1688, también, varios vecinos deciden levantar una nueva capilla, así los fundadores piden sitio al síndico para hacer en la iglesia del convento una capilla para la advocación de San Pedro Alcántara, la cual quieren hacer a su costa, a la derecha del altar mayor (105). Era una capilla colateral, situada a la parte del Evangelio, que querían para ellos y sus sucesores, hecha con sus paredes de piedra y cal, y con dos arcos: uno hacia la capilla mayor y otro hacia el crucero de dicha capilla en dirección a la de la Soledad, contigua a la que solicitan. La querían enmaderada, enladrillada y cubierta de teja, igual que las demás capillas del citado cenobio, y según se hicieran las demás fábricas. Por ello se comprometían a pagar 4.800 reales (106). De todo esto se desprende que la iglesia y convento seguían en obras treinta años después.
De la citada reestructuración quedó un edificio de dos naves, con su capilla mayor, y capillas colaterales separadas entre sí por arcos torales como las de Nuestra Señora de la Concepción, San Pedro Apóstol, San Pedro Alcántara, Nuestra Señora de la Soledad y San José, además de otros altares, fabricados todos en mampuesto, con arcos de cantería de medio punto, con la rosca tallada, y con un artesonado ejecutado en tea limpia, especialmente el de la capilla mayor, que era y es de ocho faldones, con decoración concentrada en el almizate. Esta armadura es cruzada de lado a lado por un par de tirantes, realizado todo en tea procedente casi con seguridad de los pinares de Tenerife. El pavimento era a base de ladrillos, posiblemente andaluces o también del norte de Europa, tal como sucedió en la iglesia parroquial. Al exterior se distinguen las dos naves en la fachada, porque cada una tiene su correspondiente portada, destacando la principal por su mayor riqueza ornamental y su alfiz.
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89.- VIERA Y CLAVIJO, J. de: Op. cit., T.I1, p. 726; A.M.C., legado Bravo de Laguna.
90.- M.C., legado Bravo de Laguna. Esta escritura fue aprobada por el provincial en la ciudad de La Laguna en 26 de abril de 1590, que es la fecha que da Viera como de otorgamiento de la misma. BETHENCOURT, L.: El convento de la Madre de Dios de Miraflores, de Teguise, «Revista de Historia», I, La Laguna, 1924, pp. 83-86.
91.- TORRIANI, L.: Descripción de las Islas Canarias, S/C. de Tenerife, 1959, p. 287.
92.- VIERA Y CLAVIJO, J. de: cit., T.I, p. 735.
93.- LOBO CABRERA, M. y F. BRUQUETAS DE CASTRO: cit., p. 152.
94.- Documento n° 15.
95.- Documento n°16
96.- BRUQUETAS DE CASTRO, F.: Op. cit., acta nQ 241.
97.- Documento nº 19.
98.- Documento nº 20.
99.- Documento nº 21.
100.- Documento na 38.
101.- INCHAURBE ALDAPE, D.: Compilación de artículos referentes a las órdenes franciscanas en Canarias, Las Palmas de Gran Canaria, 1963, pp. 8-9.
102.- CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ, J.: Vicisitudes de la capilla de la venerable orden Tercera del convento franciscano de Teguise, «V Jomadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura», Puerto del Rosario, 1993, T.II, pp. 359-364.
103.- Documento n° 52.
104.- Documento n° 53
105.- CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ, j. Algunos aspectos artísticos de la Villa de Teguise en el siglo XVIII, Almogaren, 7 Las Palmas de Gran Canaria, 1991, p.128
106.- Documento n° 58