Los diabletes de Teguise

Los Diabletes de Teguise son la más bella estampa de una tradición popular producto de la mezcla de creencias aborígenesDiabletes con elementos castellanos y conexiones brujeriles nacidas sobre todo desde finales del siglo XV, cuando llegan a Teguise los primeros esclavos moriscos y negros con sus prácticas supersticiosas.
La figura del diablete aparece en Teguise, encarnado en el macho cabrío, símbolo de virilidad y fecundidad, de igual forma que lo era el carnero en la isla de El Hierro y más tarde los buches de Arrecife.

Los bailes de brujas y diabletes interpretados por pastores, tenían lugar en las noches que separan la Navidad de la Epifanía y en especial la noche del 31. También las Saturnalias romanas tenían lugar del 17 al 23 de diciembre, fiestas en honor de Baco y las Dronias helénicas.
Ese período de tiempo, ocupado tanto en unas como en otras, todas fiestas y rituales paganos se fueron cristianizando. Así nacieron las Misas de Luz, que tenían lugar en las primeras horas de la madrugada, como triunfo sobre las tinieblas.
Teguise, como capital de la primera isla colonizada del Archipiélago, irradia un foco cultural durante los primeros setenta años del siglo XV, hacia el resto de las islas. Sus casas eran ocupadas por caballeros y soldados de Teguise. Se incorporó con los cantos épico-líricos de los juglares y soldados al mundo del romancero mucho antes que el reino de Granada.
Los pastores que años antes habían bailado en la Gran Aldea, con sus cueros curtidos en el agua del mar, volvían muchos de ellos ahora como esclavos y criados a danzar en la fiesta del Corpus vestidos de diabletes, junto al fuego y las carretas.
Sus cueros ahora preparados para la máscara eran adobados con manteca y grasa, pegada por los señores y luego por el Cabildo General. El día del Corpus, las calles de Teguise vestían sus mejores galas en la procesión. Junto al Santísimo estaba la justicia, regimiento, regidores y los escribanos y delante los diabletes y los tocadores de tambor. Con motivo del nacimiento de Felipe II en el siglo XVI, los festejos del Corpus se duplican y se añaden a sus fiestas las luchadas y los caballos.

Ya en el siglo XVII era muy apreciada la piel de diablo, la empleada para los diabletes era de piel de cabra. Ganaderos y cabreros obtenían de sus señores el dinero necesario para que pudieran danzar en el día del Corpus.
El Cabildo General establecido en Teguise tomó la responsabilidad no ya de comprarlas ropas de diablete, sino que pagaba a los que bailaban y tocaban el tambor, así se recoge en los libros capitulares de la Villa de Teguise.
El importe entregado a cada uno era de medio real.
Esta tradición del Baile de los Diabletes pasa poco a poco a otras fechas y con distintas versiones, así ocurre con los diablos de Cuenca, en la Península y los de las localidades canarias de Tijarafe, Tanque, Buenavista, Icod y los de la Villa de Teguise, que pasaron a la fiesta del Carnaval.
Es la Sra.Dña. Rosalía Spínola Aldana, esposa del famoso Dr. Alfonso Spínola quién da a la careta ciertas reformas, ya no es el macho cabrío la representación del diablete, ahora es la de un toro, con sus cuernos y lengua; la piel de diablo deja paso a la lona o «murselina» que en pantalón y chaqueta cerrada es pintada con rombos rojos y negros, los esquilones hechos por herreros o de la madera en forma de cascabel como los encontrados recientemente en una casa de Teguise, junto al zurrón de cabrito que unido a un palo con una cuerda es el instrumento con que se intenta asustar a los niños y jóvenes. Todo ello constituye un conjunto que a pesar de las diferencias deja claro sus orígenes y el sentido que tenían las danzas de los pastores.
Fue D. Eliseo Díaz quien logra una perfección en la construcción de la careta, son muchos los que recuerdan en Teguise el incidente que sufrió Miguel Callero cuando D. Elíseo se puso en carnavales una de sus caretas, llevándose el pobre Miguel un susto tan grande que estuvo corriendo por las calles de Teguise gritando que había visto al Diablo en persona.
La tradición en la construcción de caretas la continuaron los hermanos Cabrera Rodríguez, Manuel, Alfonso, Felipe y Rafael, a quienes se les recuerda haciendo caretas sobre un molde de barro con tierra de la Mareta.

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