La Caleta de La Villa y mis vivencias

Por Alfonso  Valls de Quintana – 1 de Abril de 2023.

Hablamos de una caleta como un entrante de agua que no es bahía, ni siquiera cala, según la RAE viene de cala-eta, que significa cala pequeña.

Es una palabra muy usada en Canarias y sobre todo en Andalucía.

En una costa tan accidentada como la del archipiélago existen numerosas caletas, lugares que eran aprovechados por los pescadores para asentar sus barcas, que ante la inexistencia de puerto o abrigo obligaba a los marineros a echarlas al agua y vararlas todos los días.

Las caletas por tanto eran refugios improvisados donde poco a poco se fueron asentando familias de pescadores y algunos pocos veraneantes de los pueblos cercanos.

En el norte de Lanzarote se encuentran dos principalmente: Caleta de Caballo y Caleta de La Villa, hoy conocida más por Caleta de Famara por la proximidad a la inmensa playa del mismo nombre.

La Caleta que yo conocí en los años 60 del siglo pasado, se parece muy poco a la actual, un pueblo de pescadores que en verano aumentaba su población por la presencia de una centena de familias de veraneantes, procedentes de Teguise y Arrecife fundamentalmente.

Pasábamos tres meses por lo menos con mis padres, teníamos pandillas de amigos, veraneantes y caleteros, con los que disfrutábamos de la playa por el día y por las noches, en  las inmensas dunas que se formaban detrás de las casas, hablábamos, tocábamos la guitarra o escuchábamos música en un tocadiscos de vinilos que funcionaba a pilas. Los Beatles, Los Brincos, el dúo Dinámico y un largo etc. de cantantes que teníamos cada uno y que aportábamos cuando se organizaba un guateque improvisado.

Recuerdo las pescas, las nadadas de un Banda a la otra, los saltos desde el viejo trampolín, desaparecido cuando se modificó la playa, antes de que existiera el muelle que solo hace su función a marea llena.

Las fiestas las organizábamos nosotros, eran en honor del Sagrado Corazón de María, la patrona que residía en la ermita situada al pie del bajo de La Marquesa. Elaborábamos un programa en el que no faltaban la cucaña y la gincana por la mañana y los guateques con vinilos por la noche.

Todo esto culminaba con el día grande, en el que seguido de una misa, en la que la mayoría de los asistentes se quedaban fuera por falta de cabida, se sacaba la Virgen en procesión por las calles del pueblo, para posteriormente embarcarla en los barcos de pesca engalanados con banderitas de papel y guirnaldas.

Ahí se acababa la fiesta, con apenas algún ventorrillo para echar una cerveza o un cubata, nada más lejos que las macro fiestas- botellón en que luego derivaron, cuando decidieron convertirla en multitudinaria.

En fin eran otros tiempos cuando no se llamaba Famara, ni siquiera La Caleta de Famara, se llamaba La Caleta de la Villa, o simplemente “La Caleta” a secas que era como  conocíamos nosotros a ese entrante de agua que no era golfo, ni bahía, una cala pequeña que servía de refugio a unos pocos barquillos que navegaban a vela y en los que los pescadores faenaban para ganar el sustento.

Dedicado a Marcial, Rafael, Feliciano, Ramón, Rogelio, Mariano y tantos otros pescadores que  nacieron y vivieron en la Caleta de la Villa y a sus mujeres Sra. Bárbara, Leonor, Juana…etc.

El tesoro de Soo

Fuente: Enigmas y tesoros en Canarias

Agustín Cabrera Perdomo

Casi todo lo relacionado con la historia de Tinajo se halla cubierto de un cierto halo de misterio, con leyendas perdidas que se entrelazan con retazos de otras que han llegado a nuestros días impresas en la memoria de nuestros mayores. En la revista Lancelot publicamos hace años una de ellas:

«Don Alfonso de Figueroa y Cabrera, padre que fuera de un lejano antepasado mío, dejó escritas unas líneas en un viejo pergamino que recuerdo leer cuando pequeño y que, junto con algunos daguerrotipos de bigotudos e irreconocibles personajes, parientes sin duda del tal Figueroa, debieron desaparecer durante los zafarranchos de limpieza general que necesariamente se hicieron en la casa del Morro, en la medida que la fa­milia creció en número y hubo que desocupar cuartos llenos de trastos viejos e inútiles aplicando el viejo dicho, en lo referente a los cachivaches, que dice: «parientes y trastos viejos, pocos y lejos».

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Ildefonso de León

 Nace en 1800 en el pueblo El Mojón en  Lanzarote, una de las Islas Canarias. Es hijo de D. Nicolás León  Martin y Dña. Josefa Ferrera Espino

Se radicó en Maldonado donde se casó, en primeras nupcias con Juana Velázquez (brasileña) el de 26 de febrero de 1833. De esta unión nacieron Carmen, Jacinto Luis (quien es considerado el primer neurólogo de Uruguay) y Gregoria.

Tuvo otros hijos: Dolores, Consuelo, Antolín, María Juana y Carmen.

Logró hacer gran fortuna y adquirió los campos de Don Pedro Piñeyrúa, donde se levanta Tala. La adquisición de estos terrenos fue mediante permuta por terrenos que de León poseía en las inmediaciones de la Plaza Independencia de Montevideo, compensando el valor de los terrenos de Montevideo con la mayor extensión de los de la estancia de Tala.

Demostró su inclinación de vivir en campaña ya que cuando estaba radicado en Maldonado, desarrolló actividades consistentes en el carreteo al departamento de Rivera.

Sumado a esto, el momento político que se vivía en el período 1856 – 1858, hicieron que no se encontrara a gusto en la vida de la ciudad.

El 2 de mayo de 1955 es colocada una placa recordatoria en la que fue su casa, en la calle que lleva su nombre y 18 de julio, frente a la plaza.

La gran visión de futuro, el espíritu desinteresado y el afán de progreso de Don Ildefonso de León, se ven reflejados en su petitorio ante el Superior Gobierno a quien le solicitó la autorización correspondiente para la fundación del pueblo.

Es importante hacer cita textual del mismo:

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Apuntes históricos de Nazaret

Francisco Hernández Delgado

Fuente: Lancelot  10-03-1990

El pueblo de Nazaret se en­cuentra situado a 1393 metros de la Real Villa de Teguise en su actual configuración; tiene unos 250 años de existencia y su origen fue el cortijo de Ubi­gue, situado cerca de la mon­taña que lleva su nombre, y cuya construcción se remonta a los primeros años del siglo XVlll.

Ubigue es uno de los nume­rosos volcanes que, como Tahíche, Tejía, Maneje, Caldera de Zonzamas y Montaña Mi­na, formaron con sus erupcio­nes la llanura de las cercanías de Teguise.

La existencia de asenta­mientos aborígenes en la zona de Nazaret está representada por el conjunto arqueológico de Los Cabezos, donde se han encontrado restos de muros y material aborigen en la super­ficie e indicios de enterramien­tos en las zonas cercanas.

La Montaña de Ubigue for­ma, de alguna manera, parte de la historia de la propia Vi­lla de Teguise: al este de dicha montaña se encuentra el cami­no que desde Arrecife condu­cía a Teguise, y por allí pasaron los argelinos, turcos, franceses e ingleses en su marcha hacia la entonces capital de la isla (Teguise), y por el oeste se encuentra uno de los caminos uti­lizados por los aborígenes y normandos en su ruta desde el Rubicón a Famara y La Graciosa.

La llanura que ocupan hoy las primeras casas de Nazaret formaba parte de las tierras del antiguo cortijo de Ubigue, que contaba con una superfi­cie que superaba las cincuenta fanegas, aunque su producción se limitaba a cereales y barri­lla, y fue el interés por esta plan­ta y sobre todo las erupciones volcánicas de 1730 lo que ori­ginó el primer asentamiento de la aldea de Nazaret.

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