1º Premio
Mª SOLEDAD GARCÍA GARRIDO (Cáceres)
Querida vecina:
Hace apenas seis meses que vine a vivir al edificio y ya conozco el tramo entre nuestros pisos como la palma de mi mano: cuarenta y ocho peldaños, un rayón azul hendido en la barandilla entre el tercero y el segundo, una mancha de humedad en el rellano del primero y el sempiterno olor a coliflor de la vecina del B de esa misma planta. No sé las veces que subo y bajo el mismo trayecto, que me planto ante tu puerta y no me atrevo a llamar, que me arrepiento y vuelvo sobre mis pasos, que a medio camino lo intento de nuevo.
Llamo a tu puerta y todas las palabras que imagino mientras bajo las escaleras se quedan aprisionadas en mi pecho, sin posibilidad de escapar, como un pájaro de campo que empuja con sus alas la jaula donde lo han dejado atrapado. Debes reírte de mi torpeza, porque no he visto en tu cara, en cada ocasión en que has abierto la puerta, ningún atisbo de malestar, y eso es lo que me anima a seguir este juego que me he inventado, que no consiste en otra cosa que en liberar las prendas que tiendo para que salgan planeando de un tendedero a otro hasta caer en tu patio. Hoy han sido unos calcetines; ayer, mi camiseta de atletismo, la favorita; el otro día… Ya no recuerdo qué fue el otro día, lo que quiera que tuviera entre manos. Me inclino sobre el alfeizar de la ventana y las cuerdas tiemblan, o eso me parece, y la ropa húmeda solo quiere volar, aterrizar en tu patio.
Bajo los peldaños con un «Buenos días, disculpa si te pillo mal, pero estaba tendiendo y… No quiero que pienses que soy un manazas. Para compensar tanta molestia, me gustaría invitarte a un café». O tejo un breve discurso sobre las plantas tan verdes del patio —lo que alegran la vista desde el tercero, lo que han crecido los helechos y la aspidistra en los últimas semanas, con qué fuerza trepa la enredadera—, con el fin de que entablemos, para conocernos mejor, aunque sea una conversación trivial sobre botánica. Una mujer inteligente como tú, porque eso se aprecia a simple vista, sabrá interpretar las metáforas. Pero no me atrevo después, se me enredan las palabras entre el cerebro y la lengua, y me quedo como un pasmarote. Lo último que quisiera es que me tomaras por un loco que pretende importunarte con el único ánimo de recuperar un calcetín o dos o tres pinzas de plástico.
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