Mar adentro

3º Finalista

ELISA SÁNCHEZ CORONADO Quintanar de la Orden (Toledo)

Querido Valentín.

En honor a los tiempos pasados, en los que no puedo hallar ningún recuerdo en el que no estés a mi lado, te escribo esta carta. Es la primera que te escribo en los casi sesenta años que llevamos juntos. Y te escribo ahora mientras duermes plácidamente envuelto en el roce cálido y envolvente del terciopelo de la noche. Ya sabes que el insomnio es un viejo amigo que me acompaña desde hace demasiado tiempo. Es lo que tiene el paso inexorable del tiempo. Llegar a vieja implica aceptar realidades. Ha sido bonito vivir y haber llegado hasta aquí, pero ya sabes que la vejez te quita muchas cosas. Te despoja de todo y de todos. Nos deja a solas con nosotros mismos, sin futuro, sin fuerzas, sin padres, sin apenas amigos, sin visibilidad social, sin salud, sin sueño… A veces y con suerte, solo te deja intactos los recuerdos, pero es que a mí ya ni eso. Sabes que con frecuencia mi cabeza navega mar adentro, en un crucero de ida y vuelta. A veces rema hacia el pasado más lejano y sin embargo se aleja del presente más cercano. En esos viajes sin embarque, cada vez paso más tiempo en mi nuevo mundo y me da miedo que un día, sencillamente, no haya regreso a tierra firme.  Me es fácil acordarme de detalles de mi infancia y sin embargo tú a veces, me regañas con cariño, porque se me olvida cómo he de atarme los zapatos. Te doy gracias infinitas por esa paciencia con la que vistes nuestros días, por esa sonrisa que iluminan las tardes de nuestro salón a la hora en la que me sorprendes con mi merienda favorita. Te doy millones de gracias por las veces que posas tus manos en mí y acaricias con tus dedos la dureza del tiempo en cada arruga de mi frente. Te agradezco enormemente que me cojas de la mano dulcemente, cada vez que confundo el baño con la cocina. O tus sonrisas repletas de ternura cuando no recuerdo el nombre de nuestros nietos. Te agradezco hasta el infinito esa determinación tozuda de seguir a mi lado, y de desoír los consejos de nuestros hijos que te animan a llevarme a una residencia. Sí Valentín, los he oído, con frecuencia ellos piensan que yo no me entero de nada. Sé que esta enfermedad no deja de avanzar sigilosa y a veces me revelo contra este olvido que me atrapa. Y hoy por hoy, lo único que me salva es el consuelo de saber que cuando la enfermedad apriete y me regale algún momento de lucidez, a la primera persona que verán mis ojos será a ti. Porque siempre estás ahí. Conozco bien tu fidelidad, tu lealtad y tu entrega infinitas. Quiero grabar a fuego en mi memoria tu fragancia, el instante preciso en el que nos conocimos y nos enamoramos cuando aún éramos niños ¿recuerdas? Grabar tu mirada, nuestra canción y tu sonrisa. Podría vivir solo de esos recuerdos el resto de mi vida sin añorar nada. Todo lo que hemos vivido quedará para siempre en la esencia del universo. Los buenos ratos compartidos, los brindis y los bailes. Los besos infinitos de nuestra juventud y los abrazos de calma y consuelo de nuestra madurez. Todos nuestros viajes, nuestros sacrificios por seguir adelante, nuestro mundo de dos. Todo quedará intacto en la piel anhelante de nuestros corazones. Y llegará. Llegará el día en el que ya no sea yo la que amanezca, sino otra que poco o nada recuerde, que poco o nada pueda decirte, porque quizá estaré habitando ese lugar a dónde van el sabor de los besos, las lágrimas emocionadas o el calor de los abrazos. Y mientras me quede un hálito de vida, el sentimiento de esta primera y última carta que te escribo, dará sentido a mi latido. Más allá de la vida, de la memoria y de la muerte, te amo y te amaré. Por siempre.

Tu querida María Teresa

Elisa Sánchez Coronado

Quintanar de la Orden (Toledo)

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