9º Finalista
JUAN MANUEL SAINZ PEÑA (Valencia)
Amada Ana:
Vengo caminando entre el alfombrado de los chopos que caen empujados por un otoño que ha desterrado con su viento el reinado del estío. Que ha expulsado sus tardes largas de paseos y chicharras. Es el mío un andar pausado de pensamientos y manos a la espalda, de imágenes enredadas en las ramas que se desnudan y me llevan a tus manos, al mirar de pequeñas estrellas que son tus ojos; a esa cintura de caprichos y deseos que sellan tus besos o el simple hecho de recordarte.
Y en este ventear otoñal que me acompaña, piso entre los charcos de alguna lluvia antigua y veo en ellos tu alma reflejada: seda y bordado en tu piel que a veces me eleva con un beso o simplemente con una palabra o una mirada que lo dice todo sin separar los labios.
Miro, Ana, este reloj de nuestro tiempo, de citas furtivas entre los escondrijos de metal, de las calles y de la gente que nos mira. Encuentro en sus manillas una hora en punto: aquella que señala nuestros encuentros, un momento, un punto en nuestra historia nueva del amor, que es dios anciano y a veces cansado, que sonríe o nos mira displicente al ver como nuestros labios se posan con el silencio de la luna entre las nubes.
Y por esta vereda de hojas muertas, vivo a cada segundo los rincones aquellos donde cada beso es una vida entera robada a la existencia, y cada abrazo una herida que cae rendida por el fuego nuestro que no cesa. Siento, Ana, al caminar por este monte azaroso de flores y algún espino, que no se hace de noche, que no acaba el sol agotado, dejándome aterido, en tinieblas y amedrentado. Porque sé que en este largo recorrido de palabras y silencios aparecerás como siempre, para guiarme, para darme la mano y decir, aun sin hablar: “sígueme amor”. Y sé que al seguirte no habrá en mis pasos dudas, ni temores. Alzaré la vista sin mirar nunca atrás y veré tu cuerpo recortarse en la tarde o en las luces primeras de la mañana. Abrasará tu pelo como una flor de fuego, habrá celos en el cielo porque en el final de la noche brillarán tus pupilas, filigranas de cristal, lucero y fulgor de tu deidad.
Y es que cada paso es un encuentro, la travesía por ese cruce de caminos que es tu espalda, tu piel y tu cuerpo de jirones, pétalos y raíces que huelen a la mojada tierra. Un encuentro amante de sábanas templadas con el fuelle de una pasión que resuella, también furtiva y eterna, en los vericuetos de un destino de mil puertas.
Ya te veo, Ana, en el umbral del camino que me lleva a tus brazos. Quedan atrás los barrancos y las noches sin luna, los sueños interrumpidos y el pavor de una mano que extiendo y no encuentro en la oscuridad.
Ahora estás aquí, con tu sonrisa y la templanza que me conmueve. Con esos besos que me saben a amor perpetuo.
Ya contigo, miro atrás y no hay más que recuerdos, ese mismo cruce de caminos que me llevó a ti. A tu perfume de flores tempranas, a vida y a la más bella cosa que es, amor, tenerte entre mis brazos. Me miras mientra a los ojos como se miran a las cosas que se quieren con el alma, con el cuerpo y con la carne arrebatada de esos labios tuyos, mi vida, que sellan las puertas de todos mis temores.
Siempre tuyo, en la vida y en la muerte. En los sueños y los despertares.
Juan Manuel Sainz Peña Valencia