Por: M.L.Fika Hernando, M.C. Chas Barbeito, M.P. Martínez Rodríguez, T. Ortíz Martínez,
J. Bravo Martínez, M.A. Suárez Robaina
El archipiélago canario cuenta con una gran tradición curanderil. Las dificultades de comunicación a que han tenido que hacer frente los pobladores de las islas junto con las oleadas de inmigrantes llegados de tierras lejanas, han impulsado el desarrollo de una medicina popular que hunde sus raíces en la cultura autóctona contagiada de elementos rituales que han ido acoplándose hasta alcanzar una perfecta simbiosis. El resultado está a la vista. Porque el curandero canario aparece revestido en muchos casos del hábito del santón y del brujo. De una brujería blanca, con sabor a folklore, sumida en el marco incomparable de estas tierras áridas coronadas por los volcanes.
A las islas han ido llegando durante siglos españoles y portugueses antes de la conquista. Ingleses durante el período de dominación británica y, algo más tarde, esclavos africanos contratados a la fuerza para la recolección de caña de azúcar. Sin embargo, quienes han dejado una huella más profunda han sido los venezolanos e hispanoamericanos en general. De manera que toda una mezcla de razas, costumbres y civilizaciones van a darse cita y a configurar el curanderismo tan peculiar canario.
Aunque se han señalado la incultura y el aislamiento como razones por las que se acude a manos de estos sanadores, en el caso canario existe además un fuerte componente hundido en las creencias populares junto a la desconfianza en la medicina formalmente instituida, alejada de ciertas enfermedades de origen desconocido que afectan a las gentes del archipiélago.
¿Cómo definir al sanador? Resulta complicado, dada la complejidad de influencias y elementos que aquí se dan cita. Habría que trazar una línea divisoria clara entre curanderos y santiguadoras, aunque a ambos les une el conocimiento minucioso de las planta s y la medicina natural.
El curandero manipula directamente el cuerpo de las personas, y suele dedicarse a reponer huesos desviados, esguinces o tirones musculares. También conocido como estelero.
La figura de la santiguadora aparece sumida en el misterio, rodeada de elemento esotéricos pero de un esoterismo ingenuo, alejado de fórmulas y tratos con otra magia que no sea la divin a. Manipulan el espíritu, ponen remedio al mal de ojo hasta fabrican «rezados » para el conocimiento anticipado de la muerte. Son expertas en sanar enfermedades donde lo psíquico y lo somático aparecen en estrecha conexión:
«Con la mano de Dios Padre,
con la mano del Hijo,
con la mano de Dios y la Virgen Santísima,
que no es la mía,
yo te quito el mal de ojo,
mal de envidia,
comida mal comida,
agua mal encharcada,
mal que tengas en tu cuerpo,
te lo tiro a lo más hondo del mar,
donde vaca no brama,
ni hijo por su madre llama,
así como Jesucristo,
María Santísima y José Bendito
entró en Belén y volvió a salir, salga de ti el mal. Amén».
Así reza la primera parte de un santiguado utilizado por Eloína Expósito Mendoza, llamada «Señá Logina», muerta en 1980.
Una vez recuperado, el enfermo ha de rezar un «barrido » para impedir que el mal vuelva a entrar en su cuerpo y en su espíritu:
«San Lorenzo subió al Cielo
cortó un palo y se rindió
se puso malo,
hizo la cama y se acostó.
La Virgen de Guadalupe le rezó.
Se puso bueno y se curó
Al tercer día subió al Cielo y está sentado.
Así mismo te rezo yo».
La magia de las islas parece alentar las creencias en lo sobrenatural, especialmente entre los núcleos más desfavorecidos .
Las zonas periféricas de las capitales y sobre todo los pueblos dispersos entre el paisaje desértico, han absorbido mejor que nadie las raíces primitivas y el curanderismo se acepta con naturalidad . Las santiguadoras no son tenidas por locas ni desequilibradas, sino por excelentes personas con poderes excepcionales en virtud de su propia bondad