Por: M.L.Fika Hernando, M.C. Chas Barbeito, M.P. Martínez Rodríguez, T. Ortíz Martínez,
J. Bravo Martínez, M.A. Suárez Robaina
Pedro, el pescador de La Santa, murió sin revelar su secreto. Un buen día dejó de ir a pescar porque había visto en sueños algo espantoso, maravilloso. Algo extraordinario. Algo que se llevó a la tumba.
Mateo, el famoso curandero de La Asomada, vino volando sobre su burro desde la Villa de Teguise hasta su casa. Misteriosamente y en solamente diez minutos. Después de este acontecimiento no domeñó más su lengua.
Sobre su cabaña de Maneje, Emeterio perdió la razón porque veía durante la noche luces esporádicas al mismo tiempo que escuchaba ruidos de cadenas.
En Muñique, nadie se casaba porque proliferaban las brujas disfrazadas de novias. Que lo diga la novia de Pancho que se encarnaba en un cuervo para picotearle durante la noche; o Cipriano, a quien su prometida vigilaba de regreso a Tiagua, en forma de gallina, de pegaso o caballo volador, apareciendo y desapareciendo como por encanto.
Lanzarote está sembrada de viejos chismes y anécdotas de encantamientos y de brujerías. Pero es en el Centro y en Vuelta Arriba donde más se concentran. Como el abuelo de la Villa de Teguise embrujado por sus dos nietecillas. Hechizadas, a su vez, por nocturnas brujas, y a quién hacían bailar sin respiro o adelgazar dolorosamente hasta traspasar el ojo de una aguja.
En Máguez, las hermanas Higinia y Felisa se escondían ante bultos negros que poblaban las noches de los muros de su finca; o la maldita Úrsula que mariscando cayó al mar y esperó sentada sobre las olas hasta que un barquito la rescató.
También se hizo famosa en Máguez la «hedionda » bruja Eusebia. Inaguantable. Disfrazada y seguida de cerdos.
La casa del bueno y piadoso Gregario sobre la que durante muchos años llovió piedras ante el asomo de propios y extraños.
La infeliz Juliana que oía patear burros, cada noche, en el patio de su casa, ante las burlas y el desprecio de su marido, hasta que el hijo de ambos apareció muerto, totalmente pateado y destrozado por pezuñas de sanguinarios asnos, en el mismo patio.
Desde Órzola a Guatiza, el labrador Lorenzo voló sobre un misterioso camello que se le apareció en el camino, esfumándose al llegar a su destino.
En Arrieta, solo un saquito rojo con arena santiguada pudo librar al viejo Anselmo de su joven y bruja esposa Guillermina, asesinándola. No se desprendió del amuleto santiguado ni en la cárcel ni al morir ajusticiado.
Anselmo, viudo, se casó con Guillermina ignorando que lo único que esta bruja perseguía era conseguir el amor de su hijo.
En Guatiza, Juan Manuel y Antonio profanaron el cementerio y al amanecer hallaron una mano grabada a fuego en las puertas de sus viviendas.
Basilia, hija del brujo, fue hechizada erróneamente por su propio padre, maldiciendo de todo lo devoto o religioso, entre espumarajos y convulsiones hasta su desdichada muerte.
Pero es en Mala donde más se advierte la presencia de los aquelarres. Como si, en el pasado, todo allí fuera nigromántico. Quizá hasta su propio nombre, que de un Tinamala aborigen, como la montaña que protege al pueblo, quedara reducido a un simple Mala o manzanas podridas en latín, o aldea mala en castellano, por brujerías y encantamientos.
En Mala se practicaba, por diversión, el Juego del Muerto, consistiendo éste en que una persona se tendía en el suelo, a la altura de sus hombros y de sus dedos índices. Cuatro personas muy concentradas exclamaban moviéndose de izquierda a derecha: «Este hombre está muerto». «Este hombre está liviano como
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una paja». «Este hombre está seco como un hueso». «Este hombre está sin Dios y sin Santa María». Cuentan que si los presentes estaban concentrados y no llevaban objetos de oro, la persona tendida se elevaba hasta la altura que las otras cuatro personas que realizaban los rezos deseasen.
Más populares son los embrujados y aquelárricos milagros de la mesa de tres patas. Hay quien asegura que la inventó el juez Juan Perdomo, otros dicen que fue él quien la introdujo en la taumaturgia de la isla, lo cierto es que ahí está y que no actúa cuando alguno de los presentes no cree en ella, se burla, duda o no confía plenamente en sus poderes. La mesa de tres patas significa el mutismo de los curiosos, el juez de las dudas y el verdugo de los malhechores. Las personas que la necesitan se acomodan en rededor y extienden las manos sobre ella enlazándose unas con otras mediante los dedos pulgares y meñiques. Comienza, entonces, la concentración general, no sólo la de los acomodados y enlazados, sino también la de todos los presentes. La mesa empieza a alzar una de las patas, se le formula la pregunta deseada y la pata señala el lugar del objeto buscado o camina hasta situarse cerca de la persona o sobre el objeto.
Se cuenta que, un día Francisco Berriel rompió una de esas mesas para que no lo delatara.