En los siglos XVII y XVIII, el santoral se vio ampliado y, por tanto, las representaciones de santos son muy variadas, contribuyendo a ello, sobre todo, las diferentes órdenes religiosas que en el archipiélago se asentaron, difundiendo el culto a determinados personajes. Quizás una de las de mayor arraigo en Canarias fue la franciscana, que en especial propago la devoción a un santo muy popular, San Antonio de Padua, quien en ocasiones presidía los retablos de sus conventos, o bien, se le dedicaba una ermita o un lugar privilegiado en la misma.
Se le representa siguiendo la iconografía tradicional, vistiendo el hábito pardo o gris oscuro con un cordón, imberbe, joven y tonsurado. Entre sus atributos, por lo general, porta en una de sus manos unas azucenas, símbolo de pureza, y en la otra sostiene el Niño Jesús, quien a menudo descansa sobre un libro abierto. Así lo representó uno de los escultores que más lo talló, el grancanario Miguel Gil Suárez, siendo su esquema muy copiado, como los de las ermitas de Sta. Catalina de Los Valles o San Leandro de Teseguite.
El primero mide 58 cm, mientras que el segundo solo 20 cm. En ambos destacan los estofados, así como la ingenuidad y delicadeza de las formas, tan acordes con la piedad popular.
La escultura de Teseguite fue restaurada por D. Manolo Perdomo Aparicio en Noviembre de 1989.),siendo objeto de una profunda limpieza y sujeción de colores.