Por L. Betancort
Sábado 9 de Septiembre de 1933
Corría el año 1618 de nuestra era cristiana, y el primero de Mayo, al romper el alba, un armadilla de berberiscos y turcos compuesta de 60 bajeles des¬embarcaron 5.000 hombres, en el puerto de Arrecife, al mando de Taban Arráez y Solimán, dirigiéndose, inmediatamente, a la Villa del Arcángel San. Miguel de Teguise.
Los cristianos, para evitar que pudiera ser objeto de profanación, por parte de aquellos infieles, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de aquel pueblo, sacáronla del Templo Parroquial y se la llevaron a la ancha cueva de los «Verdes».
Los bereberes ejecutaron la más violenta irrupción que registra los anales de la historia de Teguise.
La Marquesa Doña María, que se encontraba en su magnífico palacio en la Villa Capital, escapó con su hijo, el joven marqués, a su cortijo de Testeina, en la parte opuesta de la isla, confiando al Arcediano Brito, un arcón lleno de documentos in-teresantes y varias talegas de dinero. El resto de los habitantes, corrieron a refugiarse en la ancha cueva de los «Verdes», fenómeno grandioso de la naturaleza que se encuentra en el pintoresco valle de Haría, cuya Iongitud corre más de tres millas bajo tierra.
Los argelinos y turcos después de saquear a la desgraciada Villa pegaron fuego a los edificios y Templo Parroquial, saliendo en persecución de sus habitantes hacia el lugar donde estaban refugiados. Como no podían ata¬carles dentro de la gran gruta, se contentaron con bloquearla para que perecieran de hambre; pero no sabían, los infames, que los allí refugiados recibían toda clase de socorros por otra salida secreta que tiene la cueva hacia otro campo.
Ante las amenazas que los beduinos hicieron a un paisano llamado Francisco Amado, éste reveló el secreto, y con esta traición no fué difícil que los moros cerrasen la avenida secreta y redujesen a dolorosa servidumbre a más de 900 cristianos que allí se refugiaban.
Mientras tanto Teguise ardía por los cuatro vientos, encontrándose en la Torre de Punta de Águila, y, teniendo noticias de ello el Capitán Hernán Peraza de Ayala, acaudillando un considerable número de paisa¬nos, acudió a ella y pudo cortar el fuego, no sin grandes peligros, y salvar algunos documentos de los importantes archivos.
Los berberiscos lleváronse, a Argel, casi mil cautivos, y un considerable botín consistente en alhajas, así como la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Mientras los habitantes de la desgraciada Villa, que pudieron escapar y otros que fueron rescatados, quedaban atónitos y bañados en lágrimas, por la pérdida de sus propiedades y deudos, vendiendo lo más preciado que pudieron salvar, para rescatar a los suyos del cautiverio, los berberiscos procedían, en las calles de Argel, a la venta del botín, y no encontrando un beduino quien le comprara la imagen de la Virgen, y, viéndose burlado, desenvainando su enorme alfanje, dio un terrible tajo en la cabeza de la Sagrada Efigie partiéndola en dos. En el mismo momento que llevaba a efecto tal infamia, en presencia de los cristianos cautivos, se abalanzó sobre él un enorme mastín, hasta entonces compañero leal del malvado, dando muerte a su propio dueño.
La real piedad de Felipe III mandó rescatar muchos cristianos por medio de las Órdenes de la Redención y otros fueron sacados de rehenes por sus familiares que habían convertido sus frutos en dinero efectivo.
Al retornar de nuevo a la isla, los cristianos cautivos y rescatados, una piadosa señora llamada Doña Francisca de Ayala, trajo consigo la venerada imagen, la cual después de reedificado el Templo Parroquial fué puesta a la veneración de los fieles en la Hornacina principal, luciendo valiosas alhajas, entre ellas una cadena de oro con 239 eslabones que pesaba una libra y 13 onzas, que le había dejado por su testamento Doña Inés de Betancor Ayala, hija del Capitán don Juan de Betancor Ayala, cadena que más tarde el visitador de aquella isla don Etanislao de Lugo, mandó se vendiera para con su valor comprar otras joyas o perlas, según fuera más conveniente, porque la mencio¬nada cadena era, por su peso y antigüedad de fábrica, mas que de ornato servía de desaire y perjuicio al lucimiento de la Imagen. En 1639, María de las Nieves, natural de la isla de la Madera, le regaló una luna de plata de 30 onzas de peso cuyo coste ascendió a 21 pesos.
No hemos podido averiguar, aún, el porqué en el segundo tercio del pasado siglo, desapareció la Imagen y las joyas, quedando el encanto de esta brillante historia de la Virgen de Guadalupe, Patrona de Teguise.
El año 1914, existía en el Santuario de las Nieves, término municipal, una imagen de la Virgen, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, sin que ninguno de los peregrinos que acudían a aquel Santuario parasen la atención en ella; pe¬ro, el incansable y celoso Sacerdote Don Antonio Gil, velando siempre por nuestros tesoros de arte y nuestras tradiciones, por una de esas raras casualidades rompió el hilo que sujetaba, el encanto de esta escultura, pues viéndola en mal estado la trasladó a la Parroquia, para su restauración, y observó, en ella, la mismas señales que cita la tradición.
Hoy ocupa el lugar que le corresponde mostrando a sus pies el moro y el mastín: recopilación del hecho histórico.
Lector; si pasas alguna vez por Teguise, no olvides de visitar el Templo Parroquial, y allí encontrarás esta joya que ha legado la historia.