Pregón de Caleta Famara 2016

Pregón de las Fiestas del Sagrado Corazón de Jesús
Caleta de Famara 2016

Por: CARMEN DOLORES MORALES RODRÍGUEZ

Buenas noches.famara-2016
En primer lugar quiero agradecer a ustedes, su asistencia y a la Comisión de Fiestas, la invitación porque sinceramente, es un honor, dar comienzo, a las fiestas del Sagrado Corazón de María 2016.
Si el poeta decía aquello de: “Mi infancia, son recuerdos de un patio de Sevilla….”
Mi infancia, son recuerdos de una playa, de Caleta de Famara. Todos mis veranos los he disfrutado aquí.


Mi bisabuelo, Francisco Morales de León, en 1888, hizo de piedra seca y barro, uno de los primeros almacenes de éste pueblo, donde pasaba largas temporadas con su esposa Vicenta y sus hijos Petra, Bartolomé, María y Simón.
Años más tardes, mi abuelo Simón, comenzó a construir barcos En un almacén cerca de la Iglesia como el Nueva España o El isla de La Graciosa, que sigue en activo, participa en las Regatas e incluso gana.
Según recoge el cronista oficial de Teguise, Francisco Hernández, en 1930, Simón, fue alcalde de mar de La Caleta.
Además de su actividad de Carpintero de ribera, también hacía sus famosos timples.
Con incrustaciones de un hueso de ballena que apareció varada en Famara en 1940.
Simón, su esposa Lola y sus 5 hijos, Éste es mi padre, Francisco o Pancho venían en verano al mismo almacén que ya se había ampliado con más cuartos.
A esa casa empezaron a venir mis padres en 1967 y aunque yo venía en camino no fue hasta el verano siguiente cuando me dieron mi primer baño en la playa.
En esa casa, veraneamos hasta que mis padres compraron la actual.
Por aquel entonces, la casa del Cura estaba en su esplendor y no como ahora que cualquier día se nos cae encima, Hasta me da miedo subir a tender.
Espero que se solucione pronto.famara-2016
La Caleta en 1968, seguía siendo un pequeño pueblo en el que Todas sus calles eran de jable, los noruegos no se habían construido. Los coches se podían dejar con las llaves puestas. Las casas tenían el gancho en la puerta o un cordón por el que se tiraba para entrar.
Recuerdo el día que se acababa el colegio, empezaba el guineo ¿Cuándo nos vamos pa´la Caleta? La pregunta se repetía incesantemente multiplicada por 3, mis 2 hermanos y yo.
Por fin, empezábamos a meter cosas en el Opel verde de mi padre, todos los paquetes y bártulos, la compra, y arrancábamos camino al paraíso. El trayecto era una fiesta, jugando al 1, 2, 3 ¿Por 25 pesetas nombres de peces? O cantando en “el coche de papá….”
Íbamos por la carretera vieja pasando por Las Laderas, La Graciosa, al fondo, el Roque y Alegranza, el Risco imponente…. La curva y El Pozo, el mismo que ayudó durante años al isleño el que Ángel Guerra cita en La Lapa y donde la infatigable mujer caletera llevaba la ropa a lavar, guindaban el agua y “sarpiaban” en la pileta con jabón lagarto para volver al pueblo con las carretilla llenas, y tender en la arena.
Seguimos nuestro camino, Ya huele a mar, a marisco, a seba y a risco. Los matos, la olla de las uvillas, sin casas, solo matos y el pueblo.
Lo primero, ¡adiós a los zapatos! Tres meses a la pata la llana, aunque para ir a los riscos nos poníamos las cangrejeras.
Lo segundo, ver la marea. ¿Está llena? ¿Va pa´bajo? Ponernos el bañador y pa´la playa.
Mi hermana, y yo íbamos a ver si las amigas ya habían llegado: Elena, Tere y María Fernanda con los años el grupo se amplió, Mariló, Yolanda, Rosi, Adelina,
Los chicos nos ganaban por mayoría, Todas teníamos hermanos, más sus amigos los Gemelos, los Tolosas o los Robayna.
Era una playa sin muelle, con riscos a ambos lados con una cruz, en memoria un ahogado que apareció en la playa una rampa y barcos, muchos barcos: El Flor del Mar, El Guzmán, El Punta Brava, El María de las Nieves, El Punta Peneo, El Sol y Mar… que salían al amanecer, echando sus velas y al llegar a tierra todos se ayudaban, unos daban sebo a los varales otros los ponían y todos, hombres y mujeres jalaban del cabo.
Las cestas venían llenas, el pescado protegido del sol con un fardo mojado, se pesaba y vendía en el mismo risco.
Estampas, que el gran artista César Manrique reflejó en varios murales éste de 1948 parece que se trata del mismo barco o este del Parador de Arrecife, hoy, biblioteca de la UNED.
Aunque estábamos de vacaciones, en casa nos acostaban pronto, por tanto éramos muy madrugadores. Hacíamos una hoja de ejercicios del libro Santillana, Y nos repartían las tareas: Ir a comprar el pan a casa de Señor Pedro con la talega, tirar la basura al hoyo, lo que hoy es el teleclub, poner agua de la marea en una palangana, para quitarnos la arena cuando volvíamos de bañarnos y ya éramos libres para no parar, porque en La Caleta a casa solo se va a comer y a dormir.
La Caleta es para estar en la calle, para sentarse en la acera o echar una cabezadita en la puerta de la Iglesia.
Mi padre por la mañana jugaba al dominó Por la tarde un “subastao” y por la noche a alegar o a cambiar sellos con los amigos.
Las madres después de recoger hacían ganchillo con Kika, jugaban a las cartas en nuestro viejo almacén y en aquella Caleta sin luz, mi padre les puso electricidad con la batería del Opel, para que de noche jugaran a la ronda mientras se daban recetas de cocina.
Al principio sin agua corriente, la loza se lavaba en palanganas y la ducha era con una especie de regador, mis padres compraban una cuba y nos decían: ¡Cuándo se acabe nos vamos p’al Puerto!
Una Caleta sin pokemos, ni Wifi, ni tan siquiera teléfonos fijos, había una cabina para todo el pueblo, donde se formaban largas colas y esperábamos turno comiendo pipas.
Nunca me gustó tomar el sol como un cangrejo, a mí me gustaba hacer cosas, si la marea estaba baja iba a mariscar, tenía un viejo lapero que se lo llevó una ola, mi padre nos había hecho una gueldera para camaleones, una fija para pulpiar y una lanzadera con la que me enseñó a hacer redes.
Hasta nos hizo un barco en el que aprendimos a bogar. Si la marea estaba llena tocaba baño. Nuestra vecina Rosalía tenía un salvavidas que amablemente nos lo prestaba cada día, En él nos sentábamos las amigas y pasábamos horas de remojo, aprendimos a nadar, a margullar, a hacer el Cristo.
Nos hacíamos aguadijas o Nos tirábamos del trampolín. Mi querido trampolín, con la huella de César en uno de sus escalones, llegar y tirarse de cabeza o botija era la prueba de que ya éramos mayores.
La señal para salir del agua era tener los dedos arrugados, tocaba ir a “encroquetarnos” en la arena.
Hacíamos castillos, churritos, hoyos, guerras de bolas, chicos contra chicas, jugábamos al teje, al clavo, al brilé, a chichiriboya, a la soga y p’al agua otra vez.
El piche y la seba siempre fiel en la playa, con ella nos hacíamos pelucas y endurecíamos las paredes de arena.
Cuando me regalaron las aletas, la careta y el tubo, mi tío Salvador nos llevaba nadando desde el Codo a La Caleta, qué bonito.
Años más tarde cuando el Royal, encalló, con las bodegas llenas de cemento, tuvimos diversión para todo el verano.
Un agosto estaba con el bugi en Famara, y me sirvió para ayudar a un señor que estaba apurado por las olas y la corriente, al otro señor llegué tarde.
Comíamos, hacíamos 2 horas de digestión viendo Verano Azul y a los charcos a jugar a las casitas con los erizos pintábamos callaos y buscábamos conchas.

Muchas veces fuimos a merendar a los matos, bocadillo de chocolate o de chorizo de chacón con Clíper.
De mayores la merienda se convirtió en asaderos en la muralla, con una gran radio en el que Francisco José dedicaba canciones con su programa Lanzarote va de ronda.
Mi otra gran afición pescar, empecé con un pírgano, seguí con la caña de carrizo de mi abuelo, y con las gafas y el tubo, la carnada en un calcetín, los anzuelos de repuestos ya empatados, para no perder tiempo, si cogía viejas las guisaba con agua del mar. Si no, para freír.
De pequeña me impresionaba cuando llegaban los barcos con los cazones y marrajos, las hembras, si estaban para cría, parían antes de tiempo luego los limpiaban y preparaban para hacerlos tollos o las jareas ¡Qué buenos!
Los marinos iban a calar y traían la majuga hasta la playa.
Cuando venían los gracioceros con salemas, al lavarlas soltaban algo de sangre que atraía a los chuchos y mantas y me daba yuyu bañarme.
O cuando abrían los tambores con las morenas vivas, corriendo por la rampa y le daban con el “porriño”.
Años más tarde iba a la mar con mi hermano, de los pocos que lleva mujeres a bordo. Y teníamos suerte.
A partir de 2008 con Ian, mi marido y hasta con Benito, el gato que se creía perro nos seguía y nos acompañaba a pescar.
Me encanta ir al calamar, ver la puesta de sol y esperar a ver el rayo verde. Navegar de noche con la luna y el plantón chocando en la banda es un espectáculo.
Los días se repetían llenos de felicidad, aunque no faltó un brazo roto por tirarme del Mentidero, una tacha “herrumbrienta”, un dedo “refolao” por ir descalza y otros accidentes para los que siempre había solución: Picadura de aguaviva, vinagre o pis. Pisar un erizo, las púas salían a marea llena. Una insolación, nos sacaban el sol de la cabeza.
Con cada verano las fronteras del pueblo se expanden Y siempre había algo nuevo por explorar, llegar al Codo y darnos un baño nosotros solos era un triunfo. Otro año debajo de los noruegos. Al siguiente En la casa del motor y en el Rincón.
Nos caminábamos la playa un par de veces al día.
Los riscos llegaban desde La Marquesa hasta el Perejil pasando por el francés y San Juan ahora cogía clacas, y raspaba sal.
Hasta que descubrimos Montaña Negra y la fuente del Maramajo, las galerías, a las que nos llevaron de excursión el padre de María Fernanda y el de Yolanda.
¡Qué gran hallazgo!
La vereda para subir el Risco, y llegar a las Nieves el 5 de agosto, la piscina de los noruegos, los tres nidos de ametralladora, las tiendas eran la de Magdalena o la de Paca donde comprábamos desde chupachús a pulseras.
Por las tarde pasaba Sensa vendiendo panitos de mamí y mimos ¡qué ricos!
A la playa le pusieron un muelle y nos quitaron el trampolín, pero teníamos la Pepa, el barco de Pepe Luzardo, para tirarnos.
La guerra con los chicos empezaba porque nos tiraban del muelle con la ropa puesta, después la hacíamos con los soplamocos o las más divertidas, la guerra con bolsas de agua y hasta con huevos.
Con los años ya no madrugábamos tanto, dormíamos la mañana pero aprovechamos la noche, nos reuníamos en la casa de las Brujas, jugábamos al envite, la verdad y consecuencia, alguien traía una guitarra y cantaba.
Cuando llegaban las fiestas tenían un sabor agridulce, feliz porque eran días de fiesta y triste porque ya empezaba septiembre y pronto tendríamos que despedirnos de La Caleta.
Desde siempre han sido unas fiestas muy concurridas, ya en 1909 una nota dirigida al Sargento Comandante de la Guardia Civil se le decía:
“Que el próximo domingo 29 de agosto se celebrará una festividad en La Caleta…Por cuyo motivo se espera haya concurrencia extraordinaria y a fin de evitar todo abuso que pueda alterar el orden, ruego disponga una pareja para dicho lugar…”
El pueblo se engalanaba con hojas de palmera, con la que nosotros nos entreteníamos haciendo empleitas, los ventorrillos vendían carne de cochino y vino, los puestos, pirulís y pota. Hacían banderitas de colores en la Escuela y se pegaba con agua y harina.
Los juegos para los “chinijos” eran en la playa: Carrera de sacos, la carretilla, a encontrar tus zapatos en un gran “monturro” de cholas y esclavas, la cucaña, la piñata…
Las verbenas y el asalto prolongado del domingo, con sus fuegos artificiales, eran el plato fuerte de las fiestas.
Aquellas orquestas como los Walkinarios, los Jarvac o el Trío Doramas con sus pegadizas canciones: Noches de fantasía, Santa Marta tiene tren, Si Adelita se fuera con otro, Marejada,
Aprendimos a bailar y diferenciar la cumbia, de los 3 pasitos, las más fáciles, las lentas.
En la verbena, antes los chicos pagaban por entrar, era un recinto cerrado, con una especie de puerta y una pista de baile hecha de cemento en el medio, porque antes el muelle era de arena.
La Iglesia, que en 1908 celebró su primera función religiosa, siempre se queda pequeña, nadie quiere faltar.
Recuerdo que una señora tenía la llave de la Iglesia y por las tardes tocaba la campana para ir a rezar el rosario, yo acompañaba a mi abuela. Un vía crucis hecho con conchas adornaba las paredes ahora se toca para la misa mensual y el día de la fiesta para avisar que comienza la procesión terrestre y marítima acompañada de la Banda de Música.
De niña, Dámaso tiraba los voladores, mi tío Juanele y Olegario montados en un camión nos amenizaban la Diana Floreada con los papahuevos.
La puerta de la Iglesia se adorna, el trono de la virgen se engalana, los hombres se turnan para cargarla a hombros. Es un honor llevarla a pasear.
La procesión recorría y recorre el pueblo, va por la playa, los barcos se acicalan, todos la quieren acompañar, que la virgen surque la mar en tu barco es un honor.
Además de una Bonita y antigua tradición después del paseo la virgen regresa y se queda en su altar. Hasta otro año más.
Acabado el fin de semana de las fiestas, nos quedaba rezar para irnos lo más tarde posible, por lo menos, hasta después de las mareas del Pino, suplicábamos qué olas, saltaban por detrás del muelle y nos sentábamos a esperar que llegaran las 7 marías.
El agua pasaba de mi puerta y seguía por el callejón pa´rriba, el guineo era para quedarnos y repetíamos un día más. A veces durábamos hasta después de Dolores y justo cuando nos íbamos llegaba el tiempo de películas. Película porque ésta playa es de cine: Raquel Welch, en hace 1 millón de años, Océano, Almodóvar, en los abrazos rotos o políticos la eligen.
La Caleta la llevo en las expresiones: Está más bueno que el pan de Soo, más feo que un chucho, está como un tamboril, es un tolete…
La Caleta la vivo con los 5 sentidos: El paisaje, el olor a mar, el sabor a marisco, el sonido de las olas, el tacto de arena y sal en la piel.
La playa la siento en la forma de tomarme la vida: aparecerá a marea llena, el que quiera lapas…, que nos traerá hoy la marea.
El risco inmutable al paso del tiempo me recuerda nuestra fragilidad, aunque hay cosas que no cambian, mejoran con el paso del tiempo.
Ese risco, de marrones diferentes, me enseña que cada día es único y especial y tengo que aprovecharlo al máximo.
Ahora en mi recién estrenada maternidad, quiero enseñar a mis niñas a nadar, a pescar y descubrirles cada rincón de la Caleta.
Éstos, son los recuerdos de mi infancia porque mi infancia son recuerdos de una playa, de Caleta de Famara.
Espero que les haya gustado y quedan inauguradas las fiestas del Sagrado Corazón de María 2016
Muchas Gracias.

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