Fuente: Lanzarote. Apuntes para su historia
Por José Manuel Clar
En 1772, una nueva comisión de técnicos visitó Lanzarote por orden del Comandante General, don Miguel López y Fernández de Heredia. La formaban el ingeniero ordinario don Joseph Ruiz Cermeño; el ingeniero extraordinario, don Luis Marqueli y el Comandante de artillería, don Francisco Quintanilla. Esta comisión, bajo el pretexto de estudiar el estado en que se encontraban las fortalezas de la isla -que era un fin más o menos remoto-, llevaba como secreto designio conocer y evaluar el importe anual del tributo Señorial de Quintos, cedido por los vasallos a los Señores, con la obligación de mantener para la defensa de la isla castillos, artillería, armas y municiones. Esta información había sido promovida por el Secretario de Guerra del rey Carlos III, don Gregorio de Muniaín.
En su aspecto técnico, los ingenieros inspeccionaron las fortalezas, tomaron nota de sus desperfectos y estudiaron las mejoras que debían introducirse, tanto en lo que respecta a su arquitectura como a su dotación artillera.
Con respecto al castillo de Santa Bárbara, el ingeniero don José Ruiz Cermeño, lo describe así: «Este castillo se halla situado sobre una eminencia ventajosa, a un cuarto de legua de distancia de la Villa de Teguise, capital de la isla y a dos con corta diferencia de Puerto de Caballos, o del Arrecife. Encierra en sí una atalaya que registra parte del mar del norte y casi toda la del sur y este. Su figura irregular se compone de dos baluartes muy pequeños y de dos torreones; tiene en el plano inferior habitaciones para la tropa y un almacén de pólvora, todo de bóveda, y, asimismo, un puente levadizo. En el superior sobresale en medio de la explanada un cuarto que sirve de sala de armas, cubierto con azotea que recoge las aguas para un aljibe de bastante capacidad que existe debajo de dicho cuarto.
Este castillo, atendida su corta extensión, sólo puede servir de abrigo a la gente inútil, niños y mujeres que se retiren a él con sus efectos en caso de invasión de enemigos o moros.
En medio de la montaña se advierte una concavidad llamada «La Caldera», con su aljibe y forma de retrincheramiento natural, que en la ocasión puede ser muy útil y ventajoso.
Los reparos que necesita su fortificación se reducen a ripiar todos sus muros, hacer de nuevo mucha parte de sus parapetos, remendar otros, formar algunas troneras, hacer el puente levadizo nuevo con su molinete y cadenas y las puertas con sus herrajes, cuyo costo total ascendería prudencialmente a 950 pesos.
En cuanto a su artillería contaba con cinco cañones de bronce, 3 de a ocho libras y 2 de hierro, de 2 libras, necesitándose dos cañones más del calibre 16 ó 18.
En el año 1771, la guarnición fija de cada uno de los castillos se reducía a un condestable, un teniente y cuatro milicianos artilleros que se mudaban diariamente.