El castillo de Santa Bárbara. Desmantelamiento de la fortaleza y sus consecuencias

Fuente: Lanzarote. Apuntes para su historia11
Por José Manuel Clar

A la extraordinaria y constante preocupación de Felipe II por el estado de las fortificaciones y de las Milicias en Canarias y más concretamente en Lanzarote, sucedió una larga etapa de olvido por parte de los sucesivos monarcas españoles. Esta paralización continuó hasta el advenimiento de la casa de Borbón, cuyos soberanos dieron nuevo y definitivo impulso.

Mientras tanto, en Lanzarote, tras las reformas que proyectó Torriani, poco o nada más se hizo en materia de fortificaciones, llegando a tal extremo que los dos castillos existentes en la isla, el del puerto de Arrecife y el de Santa Bárbara o Guanapay, en la Villa de Teguise, durante la primera mitad del siglo XVII, estaban en completo estado de abandono y ruina.
Para colmo de males, en 1599, siendo Señora de Lanzarote la marquesa viuda, doña Mariana Enríquez Manrique de la Vega, su fiel vasallo, el escribano Francisco Amado, cumpliendo órdenes de esta señora, desmanteló el castillo de Santa Bárbara, dejándolo indefenso. Así pues, enajenó parte de su artillería al Cabildo de Gran Canaria, haciendo entrega de seis cañones al Regente de la Audiencia, don Antonio Arias, con objeto de artillar las fortificaciones de Las Palmas, desmanteledas tras el saqueo que hizo el pirata holandés Van der Doezs, en 1599. Entre los cañones entregados figuraba la célebre culebrina llamada «El Barraco». El Padre Sosa, en su obra de «Topografía de Gran Canaria», confirma tal aserto al describir el castillo de La Luz, diciendo: «Está entre la artillería con que se defiende un cuarto cañón de bronce encampanado, que llaman «El Barraco», cosa monstruosa. En disparándole se oye en toda la isla. Sirve para las lanchas del enemigo si saltare en tierra, porque destroza mucho echándole taleguillos de balas y otras cosas».
El desmantelamiento de la fortaleza de Santa Bárbara sería causa, más adelante, de la desgracia del escribano, Francisco Amado, pues doña Mariana Enríquez, que era una señora «de armas tomar», en desavenencias con éste, quiso achacar toda la culpa de tan irresponsable resolución al escribano cuando llegaron urgentes avisos de Madrid exigiendo explicaciones… (Amado fue recluido en prisión «bajo pretexto de que había desmantelado el castillo de Guanapay usurpando cierta porción de su madera»).

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