Teguise en la historia
Vera Cruz de Teguise
Por Francisco Hernández Delgado
Apartado del núcleo central de nuestra Villa, se alza majestuosamente el convento de Vera Cruz, construcción de una sola nave que, por sus dimensiones, mayores que las de una ermita, recibió el nombre de convento, en la actualidad adornan sus paredes dos cuadros de dimensiones regulares y con declarado valor artístico, procedentes de las desaparecidas ermitas del Espíritu Santo y San José de la Vega.
Hasta hace unos años se podía contemplar junto a la puerta de entrada un gran ombú, pero la pieza más importante es El Cristo. Sobre esta imagen escribía D. Lorenzo Betancort, hace ya años: «De las muchas obras de arte que conserva la histórica Villa, por la gracia de su pasado esplendor, llama la atención, así del inteligente como del profano, el portentoso Cristo de la Vera-Cruz, que con todos los honores se conserva en el santuario de su nombre. No es muy antigua la obra, su labor pertenece a la del siglo decimoséptimo, pero nadie conoce un ejemplar semejante, ni hay registradas noticias de que lo haya en Canarias. Es un Cristo tumefacto, de piel verdosa y aspecto lastimoso, de un realismo quizás demasiado humano. Su cabellera de pelo natural baja hasta la cintura y cuando se saca en procesión la sagrada efigie, sus guedejas dando al viento del Calvario. Imprimiendo en el ánimo del creyente un profundo respeto, recogimiento de religiosidad. Este detalle, a mi juicio, es el que le da mayor mérito; no obstante, la talla es perfecta, hecha con pulcra maestría, correctamente trazada y con gran riqueza de expresión. La Cruz en que se sujeta, como igualmente la amplia peana que le sirve de base, merecen los honores de calificarlas como obras de arte de refinado gusto».
Yo he querido descubrir el origen de esta joya de este Cristo tumefacto, pero tan poca curiosidad ha habido por conservar los datos referentes a su historia, que me he tenido que detener ante lo imposible, porque las versiones y tradiciones que dan origen a esta escultura ruedan por el pueblo, no concuerdan, ni puede deducirse de ellas una proximidad a la verdad. Se dice que habiéndose desarrollado en España una revolución, los revolucionarios asaltaron las iglesias y conventos, y que una comunidad religiosa, para que la efigie de Cristo crucificado no fuera profanada por aquellos malvados, la arrojó al mar. Otra versión dice que iba la imagen con dirección al puerto de Vera Cruz (América) y parece que corriendo una borrasca, el navío que la conducía naufragó frente a las costas de Lanzarote, encargándose el mar de arrojarla por la hermosa playa de Famara, donde una pobre mujer recogió y vendió por medio almud de cebada».
«Lo primero coincide con la expulsión de los jesuitas de España el año 1787 que sabemos que el gran Carlos III, hombre generoso y caritativo como pocos de nuestros monarcas, digno de la estimación de los canarios, decretó el año ya citado, con el mayor secreto, la total expulsión de éstos, que se encontraban en todos los reinos de la Corona de España. Y lo segundo, por las grandes calamidades que por este tiempo, por falta de cosechas y comunicaciones, había colocado a la Isla de Lanzarote en la más crítica situación, lo que obligó a la pobre mujer a venderla por tan bajo precio.
Se cuenta también otra fabulosa leyenda, pero nada puede anotarse con visos de verosimilitud.
Hoy, desgraciadamente, es de lamentar el repintado que se nota en la bella escultura, restando méritos a la portentosa policromía, pues manos inexpertas han repintado aquellas llagas purulentas con chorreras de sangre de color (discúlpeseme lo vulgar de la frase) de cáscara de queso de bola.
Creemos que esto no debe quedar así. Hagamos porque desaparezca esas ridículas chorreras, para que al visitarnos el turista ocasional no asome a nuestra cara el sonrojo con lo que dirá… y de esta forma daremos una nota de cultura, dejando en el lugar que le corresponde a la Villa de Teguise, relicario de muchas joyas».
Así terminaba el escrito de D. Lorenzo Betancort, hijo ilustre de Teguise. Únicamente aclarar que con anterioridad a la fecha dada el año 1787 por don Lorenzo ya se hacía referencia a la ermita de la Vera Cruz como se ha encontrado recientemente en los acuerdos de Cabildo concretamente en una nota del año 1768 en la que dice: «Por diez reales dados a Juan… por una libra de cera que se gastó en la ermita de la Vera Cruz…. donde se nombraron los diputados y personeros.