Fuente: Rostros de un paisaje (Miguel Hernández)
Por María José Tabar
Periodista
Nono llamaba dos, incluso tres veces a la puerta. Sobre todo al principio, cuando era un aprendiz de cartero con la mayoría de edad recién estrenada y se ganaba algún que otro pleito por una carta mal sellada o entreabierta. Su vecino, maestro Domingo, lo recomendó ante los superiores: «Nono es el mejor que conozco». Dicho y hecho. El joven dejó la carpintería y disminuyó los ensayos como batería en la orquesta lira, una banda que iba «dando cuero» a los que iban a los bailes de Tina jo y San Bartolomé. Era el nuevo cartero de la Villa. Su madre, que no sabía leer ni escribir, le ayudaba con una pericia sobrenatural.
«Nunca me falló ni una ruta», recuerda Nono. No conoció a su padre hasta que cumplió los 35 años y el cura de Teguise le ayudó a localizar lo. Había salido disparado de Lanzarote cuando los nacionales se levantaron contra el gobierno republicano. Lo encontró en Montpellier. La memoria nunca se les deshilacha cuando se trata de contar este capítulo de la historia. Sucedió en la estación de tren de la ciudad francesa, que recuerda atestada de maletas y sombreros. Nono se puso de puntillas para atisbar sobre el horizonte de cabezas. «Lo reconocí en seguida», cuenta. Gracias a las fotos. Nono permaneció 46 años trabajando en Correos del Estado, entregando postales con remite escrito en inglés y alemán (la mayoría), y paquetes envueltos por conejeros venezolanos de adopción. Subió en el escalafón y llegó a ser jefe de oficina. Hoy, desconfía del servicio postal y no sabe manejar el correo electrónico. Supo de muchas confesiones y tomó algún café, invitado por el destinatario en el quicio de la puerta.
Historia de Teguise 