Pregón de las Fiestas de Las Nieves
La Montaña 1996

Por: D SERAPIO MANUEL ROJAS DE LEÓN.
Viernes, 2 de agosto de 1996.
(Se repetiría su lectura al día siguiente sábado 3 de agosto, por petición solicitada expresa del señor don Agustín Acosta Cruz, fundador de La Voz de Lanzarote y Lanzarote Televisión, para grabar, emitir y difundir en su programación televisiva)
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Muy buenas tardes.
Seguramente alguien se preguntará por qué el pregonero de las fiestas en honor a Nuestra Señora la Virgen de las Nieves soy yo. Y yo les aseguro, que en estos días y momentos antes de estar aquí, también me lo pregunté.
Cuando acepté la responsabilidad del Pregón, no fui consciente de la importancia y relevancia que tiene ser pregonero, y desde luego, lo que supone el hecho de serlo, ni más ni menos, que en la Fiestas de la Virgen de las Nieves.
Es un honor y una experiencia inolvidable. Espero estar a la altura de las circunstancias y darle la categoría que merece nuestra Fiesta.
Estoy muy contento. Me ha ilusionado mucho el que pudieran pensar que yo podría ser el pregonero de este año. He realizado un Pregón entusiasmado, basado en la experiencia personal de algunas vivencias en las Fiestas de las Nieves.
Cinco de agosto. Día de las Nieves. En casa de mis abuelos maternos hay un gran revuelo. Están todos mis primos y mis tíos. Esperamos a mi abuela y a mi abuelo para venir juntos a ver a la Virgen.
Cruzamos el jable y entramos en la Villa por la ermita de San Rafael. Al llegar a la Vega los coches giran a la izquierda y suben por un camino de tierra seca, serpenteante y polvoriento.
Con la nariz pegada al cristal del coche observo a gran cantidad de gente andando. Me siento contento por tener la suerte de ir en coche. Todavía no sabía que aquella gente eran peregrinos. Eran gente de promesas hechas a la Virgen por unas u otras causas.
Llegamos. Cantidad de coches y muchas guaguas están aparcadas en la explanada. Ventorrillos de palos, palmeras y bidones. Furgones autobares y puestos de piñas y juguetes. Mucha gente.
El santuario está lleno y como siempre llegamos tarde. Mi abuela consigue entrar y llega a primera fila. Yo voy tras ella con una banquita entre las manos. Se sienta allí, aquí delante.
Yo salgo corriendo para jugar afuera con amigos y conocidos en los alrededores. El lugar, desde siempre, me parece fantástico.
La devoción de la familia por esta imagen de Nuestra Señora de las Nieves, todavía hoy continúa. Pero mi abuela no se resignaba a una visita anual, y así, en alguna ocasión durante el año, alguna vez los primeros o últimos sábados, o viernes de cada mes, en los que don José Fajardo venía a decir misa, ella también lo hacía.
Mi madre se las arreglaba para traerme, y ya veníamos por los Valles. La carretera estaba asfaltada hasta la iglesia y las gentes de este pueblo también acudían con fe y devoción para visitar a la señora que habita en lo alto de la montaña.
La primera vez al verlo me asustó y recuerdo agarrarme con fuerza al traje de mi madre. Avanzaba desde el altar en dirección a la puerta. Su paso era lento, sosegado, tranquilo. Su cuerpo, en relación al mío, me pareció inmenso y pensé: el Guardián de la Virgen.
Se acercó y saludó a mi madre. Se agachó. Con una mano acarició mi cabeza rebujándome el pelo y apretó un carrillo. En la otra y entre sus gruesos dedos, medio perdido, un caramelo. Respiré y me dije: ¡Vaya, es un amigo!
Y sin lugar a dudas, Rafael era un amigo. Era ese hombre al que había que buscar si al llegar no le veíamos, pues si la puerta estaba abierta, Rafael también estaba aquí.
Durante muchos años la historia de este santuario quedó ligada a la vida de este hombre. Un hombre, que, con motivo de este pregón, he preguntado por sus apellidos, pues siempre le conocí por su nombre. Ayer supe que además era Cabrera Morales.
Tengo anécdotas divertidas con él de mis muchas veces aquí, y sé que su espíritu está en el santuario, entre las plantas, en la explanada, en el aljibe, o en el cuarto del motor.
Jesús tuvo doce discípulos; si la Virgen de las Nieves tiene alguno, ese es sin duda Rafael. A él le dedico estas palabras de Martín Descalzo y que dicen así:
Morir, es sólo morir.Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Quiero creer… Creo Rafael que tú lo encontraste. Que tú estás hoy al lado de la Virgen, y a veces, cuando vengo aquí, a pesar de que eras tan grandote, me parece verte en el niño que la Virgen lleva entre sus brazos.
Recuerdo la sonrisa de mi abuela y las carcajadas de mi madre, cuando un día les dije que yo en Soo, y con San Juan Bautista, quería hacer lo mismo que Rafael en las Nieves. Supe que él era Sacristán y yo no llegué ni a monaguillo, a lo más, colaborar con un cestito para recoger la limosna, pero de lo que sí estoy seguro, es que nunca imaginaron que ese niño fuera con el tiempo y en este Santuario, este pregonero.
La casa de Nuestra señora de las Nieves, situada en el alto del macizo de Famara, reúne cada cinco de agosto a cientos de devotos que mantienen viva la promesa hace más de doscientos sesenta (260) años de proclamarla Patrona y Abogada entre los hombres y Dios.
Doña María Dolores Rodríguez Armas y don Francisco Hernández Delgado, en su trabajo de investigación histórica titulado «Nuestra Señora de las Nieves», recopilan datos acerca de la historia de la ermita que nos muestran referencias de una primitiva iglesia de las Nieves.
Será en el Siglo XVII, cuando volvemos a tener noticias de la misma a través de la declaración del Guardián de los Valles, Luis Alonso, quien declaró que la Virgen se le apareció y le pidió que dijera a los cristianos que levantaran una casa en la montaña de Famara.
En realidad, no era construir la casa por primera vez, pues posiblemente la antigua ermita había sido quemada cien años antes por los moros, y al estar tan deteriorada, la Virgen le pidió que la levantaran de nuevo.
En este trabajo también se recogen los distintos avatares sufridos con la Bajada de la Virgen hasta la Villa. Bajadas éstas que se hacían no sólo cada año, sino también ante las calamidades de falta de lluvias y de otras necesidades, en que los devotos acudían a la Virgen en rogativas. Muchas veces socorrió la Virgen de las Nieves a los habitantes de esta isla.
Este templo no puede resistir el paso del tiempo y ha sido necesaria varias veces su restauración:
- En mil ochocientos veinte (1.820) fue restaurado gracias a las limosnas de los vecinos.
- En mil novecientos cincuenta y ocho (1.958), sin embargo, la reparación corrió a cargo de la Delegación Provincial del Ministerio de Información y Turismo que aportó veinticinco mil (25.000) pesetas.
- En el año mil novecientos sesenta y seis (1.966) se inician obras de demolición y se construye la nueva Ermita. La que conocemos hoy, ya que sus muros amenazaban con desplomarse.
Sería el arquitecto lanzaroteño don Enrique Spínola el encargado de hacer el Proyecto. Las donaciones y aportaciones fueron importantes, pero mucho más fue la entrega y devoción del que fuera párroco de Teguise, el reverendo don José Fajardo, el cual desde mil novecientos veinte y ocho, (1.928) demostró su, debilidad y un cariño especial por la Virgen de las Nieves, al igual que el ya mencionado don Rafael Cabrera Morales.
Estos parajes desde época prehistórica han sido zona de labranza y pastoreo. En la actualidad el Risco de Famara se ve invadido de bloques, cemento, botas militares y armas a pesar de haber sido declarado paraje natural protegido por el interés y la riqueza variada de su flora y fauna endémica, autóctona.
Pidamos a la Virgen la fuerza necesaria para continuar en el compromiso de mantenernos firmes y lograr la recuperación de lo que fueron sus paisajes.
No hay duda de la fe que se profesa a Nuestra Señora de las Nieves, pues cada año acuden infancia, juventud, y personas adultas, movidas sólo por la ilusión de ver a la Virgen, sin el móvil de las verbenas, la fiesta o el jolgorio.
Acuden cada cinco de agosto a la Montaña de las Nieves demostrándose así nuestra devoción sincera a esta Señora a la que seguimos confiándole muestras esperanzas e inquietudes.
Que la Virgen nos conceda alegría y salud, para que podamos compartir todos juntos con ella su día grande.
¡Muchas gracias!